12 de noviembre de 2014

Oda al cárdigan


¡Oh mi querido cárdigan! ¿Cómo expresar todo lo que siento por ti? 


Podría derramar toda mi sangre pop sobre mil páginas y no serían suficientes para hacerte saber el papel que juegas en mi vida. Tú que siempre estás ahí cuando se te necesita, aportando el punto justo de abrigo. Que permites ser remangado y desabrochado mientras tu tejido cae y se mueve grácil al son de mis pasos estando en un lugar cerrado y, a la vez, te dejas mimar (o mejor dicho me mimas) cuando a la intemperie las temperaturas bajan ligeramente; dando lugar a un cruce de brazos único, mágico y señorial de esos que sólo tú aportas. Ese momento en el que te cojo con cariño, cruzo los brazos cubriéndome el torso contigo y apoyo mis manos en los sobacos, eso querido amigo, es algo superior  Y digo que es señorial consciente de que quizás pueda parecerte algo osado (y quizás lo sea) pero no me malinterpretes, con señorial pretendo decirte que logras conferir una pose de señora imposible de conseguir por ninguna de tus compañeras chaquetas. Y lo haces con una naturalidad nunca antes vista en una prenda de vestir. Durante unos instantes nos dejas ser esas señoras que soñamos ser algún día pero que no seremos hasta que decidamos abandonar Malasaña “porque hay mucho ruido” (o eso diremos) para mudarnos a Conde Duque con nuestra pareja y pasarnos el día tomando el aperitivo.

Solo por eso ya te mereces un hueco en mi corazón.


     Tomando un batido con mi cárdigan una tarde de domingo

Pero no contento con eso, además posees una versatilidad apabullante. Tú, sólo tú, quedas perfecto con cualquier outfit y te antojas perfecto para cualquier evento social. No desentonas en una cena formal; posees un aura de romanticismo inigualable en los picnics, proyectas en mí un pretendido aire casual al ir a la frutería, ¡y qué decir de lo acertado que es llevarte a los conciertos!

Pero ahora de pronto nos han separado sin previo aviso. Ni siquiera nos ha dado tiempo a despedirnos. No nos han dejado tener ese momento melancólico en el que nos miramos fijamente y nos decimos “hasta pronto” sabiendo que pasarán meses hasta que nos volvamos a ver y ni siquiera sabremos cuándo será; esclavos de un futuro meteorológico incierto que nos permita reencontrarnos.

No puedo evitar pensar en esa canción de La Casa Azul que luego versionaría Parade: “¿Qué nos pasó? Que no pudimos con el tiempo”. No hay duda de que esta canción habla de nosotros.

        



Pero tú y yo viviremos un reencuentro de película. Te sacaré a cenar y a tomar un vino y parecerá que nada ha pasado; que este tiempo separados se ha marchado a una suerte de limbo temporal y por fin volveremos a ser un nosotros.

No hay comentarios: