30 de marzo de 2015

El Renacimiento del electroclash

Si concursase en un reality mi estrategia desde el primer momento sería aparentar ser un chico exótico, rarito y extravagante. Así, en mi vídeo de presentación, al preguntarme por mis pasiones y aficiones mentiría sin dudarlo un momento y hablaría de lo mucho que me gusta bailar hasta el atardecer en un club clandestino ubicado en un antiguo centro militar de investigación alienígena donde los camareros están caracterizados como los personajes de “Al salir de clase” y los go-gós son fantasmas o sobre cuánto me gusta ir los domingos por la mañana a tomar el brunch al nuevo sitio de moda en Madrid, una cafetería cuyo nombre es la onomatopeya de un cristal rompiéndose y al llegar te recibe la verruga de Sarah Jessica Parker y te conduce hasta tu mesa para que te sientes cómodamente sobre unos enanos vestidos de unicornios alados.

Pero en realidad yo soy un chico de lo más sencillo. Con el primer café del día reviso el correo, miro la predicción del tiempo y leo el horóscopo y mis auténticas pasiones son dos: la reivindicación y la melancolía.

Hace unos días ambas pasiones se unieron y tuve una epifanía mientras pasaba la tarde con mi sobrina. Después de descartar todos los motivos por los que podría estar llorando decidí intentar calmarla meciéndola y mientras la mecía empecé a cantarle “Nintendo” de Superputa.


No sé si fue por mi cantar de sirena o por el corazón pop que se está formando en su pecho, pero no tardó ni medio estribillo en tranquilizarse. En ese momento empecé a pensar en aquellos años en los que escuchar a Putirecords era señal de buen gusto musical y todos reíamos cuando alguien canturreaba aquello de “Te querías enrollar con Guille Mostaza y te has acabado enrollando con el feo de Ellos. ¡Te jodes groupie de mierda!”. Y en ese momento lo tuve claro. No quiero dejarle un mundo en el que no tenga la oportunidad de esquivar los escupitajos de Puti en pleno concierto mientras Latex bailotea detrás.

Puedo dejarle un mundo con un agujero en la capa de ozono del tamaño de las pupilas de Pete Doherty un domingo por la mañana, pero no pienso dejarle un mundo sin electroclash.






Porque no se puede negar que fue una gran época para la música la que vivimos la década pasada, sobre todo porque la música nunca había estado tan democratizada como hasta ese momento. Fue una época en la que cualquiera podía ser una estrella del pop y crear grandes éxitos que el público recibía con entusiasmo. Podías estar en la mercería tranquilamente con una amiga y decidir que sería muy divertido montar un grupo llamado “putifaja's” (porque usar el prefijo “puti” o el sufijo “puta” te aseguraba el éxito prácticamente al 100%) y al llegar a casa buscar una base electrónica random, componer una canción llamada “¿Por qué me gustas si tienes el pito pequeño?” (las referencias al falo también suponían una fuente extra de atención mediática), subirla a internet acompañada de una foto vestidas con las cortinas del salón y voilà, ya te habías convertido en un artista respetado.

Fueron unos años en los que todos éramos más divertidos; todo en general era más divertido, los prejuicio musicales parecía que se iban a extinguir para siempre, existían concursos como el Gente Joven que ensalzaban el electroclash y convertían en merecidas estrellas a grupos como The Corridas (porque, aunque no lo sepáis, Lyona antes de grabar los vídeos de Love of Lesbian sacó un discazo con Mürfila con temas como "Tu rabo en venta" y cantaba cosas como "ancho de banda en tu escroto, a ver si lo noto. Anabolizante para tu polla, quiero que crezca como un gigante") y Cristinita Percances componía canciones como “Amor fallero” que aún a día de hoy son coreadas con entusiasmo y añoranza por los valencianos. Sí amigos, en aquella época éramos mucho más libres y convertimos en una estrella a Cristinita Percances (y a nadie le pareció raro).



                                                                                           



Como ya se pudo entrever cuando hablé de las chapitas (y, ojo, volveré a ese tema), me gusta una reivindicación más que a un treintañero encontrar paralelismos entre su vida y la de los protagonistas de Friends (o en el caso de cualquier mujer u homosexual, encontrar paralelismos entre su vida y cualquier escena de Sexo en Nueva York), así que decidí que tenía el deber de reivindicar el electroclash e intentar dejar a las futuras generaciones un mundo mejor en herencia.

Pero el Renacimiento del electroclash ya ha comenzado, ha sido de golpe, cuando menos lo esperábamos y las precursoras del movimiento son Las Bistecs.


Por más que intenten venderlo como electro-disgusting lo suyo es puro electroclash (evolucionado y quizás musicalmente mejorado, pero electroclash al fin y al cabo) y lo tienen todo para convertirse en el futuro del género: componen canciones que incluyen estrofas donde la protagonista es la tos, no la voz y que podrían resumirse como “dime qué marca de tabaco fumas y te diré quién eres”; tienen un nombre artístico rompedor y potencialmente comercial, directo, con olor añejo y cautivador; un hit compuesto mientras estaban de after y, sin duda, el mejor videoclip que se ha hecho en España en mucho tiempo (lo de Manos De Topo es un cortometraje de primero de carrera en comparación). 

Desde la primera primera vez que escuchas “Historia del arte” sabes que a partir de ese momento describir tu estado anímico o el de la gente que te rodea se va a reducir a tres opciones: “Hoy me pillas algo dórico”, “¿Estás bien? Te veo bastante jónica” y “Hoy estoy corintio perdido”. Con frases tan maravillosas nadie necesita saber realmente cómo estás. Y es que ya iba siendo hora de que llegase un nuevo grupo que instaurase expresiones sublimes y vibrantes en el imaginario popular sin necesidad de inventar adjetivos tan disparatados y sin futuro en la cultura popular como “topísimo/a”.

Pero aunque sus canciones no fuesen los hits que realmente son, ya únicamente por el videoclip de “Historia del arte” Las Bistecs se merecen que les profesemos admiración eterna e incondicional y se cree una recogida de firmas en change.org para que se retire la exposición de Björk en el MoMA de forma inmediata para inaugurar una exposición retrospectiva de Las Bistecs en las que se proyecte el videoclip en bucle, se pudiesen ver los trajes originales que usaron durante el rodaje y hubiese un tutorial hecho por ellas mismas para enseñar al público cómo pintarse los ojos y que claramente concluiría con este consejo: “Cuando pienses que ya te has puesto suficientes capas de sombra de ojos amarilla, vuelve a coger la brocha y ponte tres más. Solo así serás una auténtica estrella como nosotras”.



Los foros arden con Las Bistecs, todo el mundo adora “Historia del arte”. Se nota que la gente está sedienta de electroclash y cansada de tener que impostar una imagen de melómano serio. Entonces, ¿qué pasó  a finales de los 2000 que hizo que desapareciese de forma fulminante? En cualquier caso, eso ya no es relevante. Lo importante es que seamos conscientes de nuestro pasado, no hay nada más importante, y aunque no se debe intentar volver a él, sí debemos rescatar las lecciones que quedan en él. Es por eso que no solo debemos admirar a Las Bistecs, sino que debemos reivindicar el electroclash. Recordad lo felices que erais escuchando “Nintendo”, lo mucho que os gustó escuchar por primera vez en una discoteca “Hazme el amor” y cuando una amiga os diga “Vamos a montarnos un grupo electro llamado Putifaja's” contestadle “¡Genial! Mi madre acaba de encontrar en el trastero unas cortinas de mi abuela con estampado de melocotones que nos sentarán genial".

4 de marzo de 2015

EL INCIDENTE




Queridos amigos, lectores esporádicos y gente perdida que ha acabado en el blog mientras buscaba porno: hoy vengo a hablaros del INCIDENTE. El INCIDENTE es algo que sucedió la semana pasada y puso a prueba a mi yo civilizado. Me gusta pensar que soy sensato, respetuoso y tolerante y después de cómo supe manejar el INCIDENTE puedo confirmar que, efectivamente, lo soy. De otra forma no se explica que no entrase en cólera y acabase protagonizando una escena de improvisación basada en el final de Carrie. Todo sucedió casi sin que me diese cuenta en lo que ahora parece una milésima de segundo. Mientras disfrutaba de una distendida velada en la que de forma natural la conversación derivó hacia el mundo del pop, un miembro de la mesa hasta esa noche desconocido para mí tuvo una especie de arrebato, imagino que poseído por un episodio de intenso estrés emocional asociado a dramas propios de la vida moderna (es la única explicación que podría justificar su comportamiento) e hizo un comentario de lo más inesperado que cayó sobre la mesa como una granada de mano. Así, de la nada y sin previo aviso salieron de su boca las palabras que primero recibí con estupor y, después, completamente horrorizado: “Pero si Solletico están muertos”.

Como comprenderéis me sobrecogió tan infame declaración y se me presentaron un sinfín de posibles reacciones. Hubo una reacción que, en esa milésima de segundo, iba ganando las apuestas para convertirse en la escogida, me refiero obviamente a mostrar mi ira tirándole el vino a la cara mientras soltaba toda clase de improperios pero, como he dicho, soy una persona respetuosa y tolerante. O al menos lo soy a ese nivel socialmente aceptado que nos lleva a sonreír y guardar silencio ante un comentario que desaprobamos hasta que llegamos a casa y criticamos a esa persona por no pensar y/o actuar como creemos que debería hacerlo.

En ese mismo instante intenté encontrar la frase perfecta, la que iba a demostrarle al resto de participantes de la conversación su ignorancia, esa que me habría de encumbrar a mí como salvador del raciocinio y el pop y le provocaría a él una vergüenza pública que le costaría años de terapia superar. Desgraciadamente, como siempre pasa, no fue hasta horas más tarde, ya en la soledad del hogar y sin nadie a quien fascinar por mi rápida, ingeniosa y certera contestación, cuando encontré la encontré: Quiero que me pidas que me case contigo.

Dejando de lado el resto de motivos por los que Solletico debería ser un grupo de referencia para todos, solo es necesario reivindicar su gran aportación al pop, esa aportación que les convierte de forma instantánea en parte de la historia del pop, mejor dicho, historia viva del pop.

Veamos, nos encantan las grandes canciones de amor, esas que nos presentan el amor romántico de una forma idealizada y suprema. Son maravillosas, edulcoradas, nos llevan a un estado de éxtasis emocional. Alimentan nuestras fantasías y nos dejamos llevar por sus letras, esas letras que usamos como referente en nuestras relaciones afectivas y de las que aspiramos ser protagonistas algún día. Pero Solletico nos han brindado en “Quiero que me pidas que me case contigo” la canción de amor definitiva, presentándolo de una forma racional, emotiva y, más importante, real.



Llegados a este punto tengo que confesar algo que después de tantas referencias estos meses a pedidas de mano y Julia Roberts puede sonar extraño, pero después de días viviendo un debate interno sobre ser honesto públicamente, creo que es necesario. No creo en el matrimonio, desde luego no como institución, pero tampoco como súmmum de la relación estable y eterna. Más que nada porque no creo en el amor eterno que al final es lo que pretende representar. Creo en una sucesión de amores arrolladores, imparables, y que con suerte, llegado el momento o quizás llegada una edad, uno de ellos derivará en un estado de respeto, intimidad y afecto que nos permita compartir nuestra vida con alguien de forma sana que nos aporte una sensación de compañía. Al fin y al cabo no elegimos nuestras aspiraciones vitales.

Aquí Solletico, con una serenidad lírica y musical apabullantes, sintetiza y transmite perfectamente el punto álgido de una relación, el punto al que todo aspiramos llegar cuando iniciamos un amorío: ese momento en el que abrazados la simple idea de tu pareja te provoca un estado de felicidad superior y te invade una vorágine de emoción que, sí, podríamos llamar amor. En ese momento sientes que quieres pasar el resto de tu vida con esa persona, casi puedes veros en esa misma posición dentro de 30 años. Y lo piensas, y lo sientes, aún sabiendo que no va a ser así, pero también sabes que sentir esa necesidad de futuro es más importante y placentera que vivirla.

“Quiero que me pidas que me case contigo” es una oda a ese momento y ya solo por eso el pop les debe eterno agradecimiento. No importa qué suceda en un futuro; es irrelevante que Solletico tarde años en publicar un nuevo EP o que directamente nunca vuelvan a estar en activo. Es imposible que algún día estén muertos.